Por Miguel Ángel Granados Chapa
Agencia Reforma
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En sus saberes, sus pareceres y sus quehaceres, Carlos Montemayor fue un hombre de espíritu abierto, un escritor universal. Lo fue aun en el ámbito local: nacido en Parral, Chihuahua, se formó como abogado en la universidad pública de la capital de su estado, y entregó su vasto archivo a la de Ciudad Juárez, no sólo como reconocimiento a las tareas de esta casa de estudios, sino también en solidaridad con esa ciudad mártir.
Además de leyes, cuando vino a la ciudad de México estudió letras en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde su ya dilatada conciencia de humanista se ensanchó aún más. Se armó allí de los instrumentos para el análisis literario, y afinó los recursos de su propio talento para su escritura. Fue poeta y traductor de poetas, narrador y ensayista. Sus novelas sobre el México contemporáneo son al mismo tiempo obra de su imaginación y resultado de pesquisas sobre el terreno.
La anchura de sus intereses literarios lo llevó a comprender nuestras raíces remotas. Conoció el griego antiguo y el latín, en cuyas civilizaciones se gestaron los cánones de la vida espiritual de Occidente.