lunes, 1 de marzo de 2010

La importancia de llamarse Carlos Montemayor

¿Qué hace completo a un hombre (de letras, en este caso)? ¿Lo que sabe, lo que puede, o lo que decide hacer con lo que sabe y puede? Carlos Montemayor fue, desde joven, un sabio humanista, un traductor impecable de los poetas latinos, él mismo un fino poeta en castellano, y pronto, creador de una pequeña (por su extensión) joya de la literatura mexicana: Las llaves de Urgell.

Pero al mismo tiempo (en un humanista tan robusto como él, mucho sucede, mucho se piensa al mismo tiempo), desarrollaba un inquisitivo interés por lo que sucedía en México.

En el México de la lucha, el de los de abajo. Era uno de los jóvenes del 68. Se interesó en nuestros pueblos indígenas, en los grupos de insurgencia armada y en las protestas civiles del fin de siglo. Hizo aportaciones a la historia de las guerrillas mexicanas, y las documentó también desde la novela, el ensayo crítico, y de un modo peculiar, desde un activismo discreto y eficaz.

Siendo un académico de tan serio prestigio y fundamentadas credenciales, formado en nuestra alma mater, y sabedor de los movimientos sociales con una peculiar perspicacia militar derivada de sus estudios de la historia romana, supo hacerse oír por las fuerzas armadas en sus propios recintos, y se mantuvo siempre como interlocutor de los movimientos sociales, que lo respetan y han respetado.