lunes, 1 de marzo de 2010

Carlos en la memoria

Si se piensa que Carlos Montemayor nació en 1947, y se estudian los aspectos principales de su vida, de su inteligente y compasiva rebeldía, y de su abundante obra literaria, se encontrará la recia figura de un incansable defensor de los derechos humanos, de los pueblos indígenas, de los humillados y ofendidos, y de quienes enfrentan con valor y convicción la violencia de los poderes estatales, y de los alicuijes matones al servicio de los poderes fácticos. Por todo esto y más, Carlos Montemayor fue un mexicano excepcional. Su vida y su obra enaltecen a la República.

Son muchas las facetas de su personalidad, y muchas las inquietudes que lo llevaron a escribir poemas, ensayos, relatos y novelas. De su poesía recuerdo sus primeros libros: Las armas del viento, Finisterra, Abril y otros poemas, y Abril y otras estaciones.
Sus poemas florecían en el clima benigno de la primavera; con ella llegaban a su ánimo las palabras para forjar el poema. Gran lector de poesía, tuvo siempre un acendrado amor por los misterios del lenguaje, y por la empresa de romanos que es la traducción. Tengo presente su Antología de la poesía griega, en la cual contó con la ayuda del poeta heleno, asentado en Nueva York, Rigas Kápatos. La curiosidad infatigable de Carlos anduvo también por los terrenos del latín, el sánscrito, el hebreo y algunas lenguas modernas. Mención especial merecen sus Encuentros con Oaxaca, sus antologías del cuento indígena, los estudios y trabajos sobre las lenguas nacionales. Brilla con luz poderosa su Diccionario del náhuatl en el español de México. Estos trabajos académicos se enriquecieron con su talante moral, con su permanente defensa de los derechos siempre cancelados de los indígenas, a quienes llamamos “extranjeros en su tierra”, y con su participación en comisiones que buscaban mediar entre el Estado y los grupos rebeldes.