Hace 17 años Humberto Ak’abal, quien falleció la noche del
lunes último, recibió a Prensa Libre en su hogar, en Momostenango, Totonicapán,
para ofrecer una de las entrevistas más reveladoras de su carrera.
Por Gustavo A. Montenegro
“Betío” -como lo llaman sus vecinos- cumplió 50 años el 31
de octubre. En estos días se dedica a tapizcar su milpa y revisar las pruebas
de su nuevo libro. Este es un encuentro con el escritor, en el lugar donde nace
su poesía.
Casi llegando a “Momos”, el camino se vuelve serpiente entre
los pinos que han visto ir y venir tantas veces a Humberto Ak’abal: con su
padre a vender ponchos (hace 40 años); marchándose a buscar empleo (hace 30
años) o su más reciente viaje, a la Universidad de Buffalo, Nueva York (hace 3
semanas), donde ofreció lecturas de poesía.
No olvida que durmió en la calle, trabajó como barrendero y
cargador de bultos. Ni aquellos primeros libros, recogidos de la basura, que
fueron el camino al futuro entre los pinos.
Once años después de su primer libro, Ak’abal es invitado
frecuentemente a universidades, entidades culturales y festivales de poesía en
América, Asia y Europa.
Su esposa, Mayulí, abrió la puerta. Tras ella venía Nakil,
su hijo de 6 años. Más tarde, ya en su estudio, rodeados de libros y fotos de
viajes, conversamos.
“El éxito no ha sido gratuito: Mi vida ha sido dura. Pero no
se entienda como una queja: La vida no es ingrata, ella te paga y devuelve
algunas cosas” afirma al iniciar la entrevista”.
¿Cómo es su proceso de creación?
No hay hora. Se me ocurren ideas caminando o en el mercado,
hablando sobre cualquier cosa. Escribo de 20 a 30 líneas y quedan unas 4 ó 5.
¿Hay una intención de brevedad?
Sí, para que el lector participe y si le gusta algo lo
memorice más fácilmente.
A mí se me quedó aquel que dice: “cómo han envejecido las
manos de mi mamá”.
Creo que sus manos son más antiguas que ella misma. Igual me
conmueven los pies de la gente, con una plantilla de callo por tanto caminar.
Y a veces tanto sufrir…
En el campo se pasan penas, pero la gente tiene un rostro de
nobleza: agradece cada día el sol, el viento y el agua.
La cena fue sencilla, pero deliciosa: pan con miel, queso,
mantequilla, leche y café. Al dormir descubro que los ponchos de Momos están
blindados contra el frío. Al otro día, más café, tortillas y unos huevos
deliciosos. Nakil me muestra sus dibujos: un ser de agua, un acuario, un tigre
cuyas manchas son más grandes que el cuerpo.
¿Qué significa Nakil?
Corazón de Maíz.
¿Cómo imagina el futuro?
Cuando veo a mi hijo pienso que la niñez puede traer una
respuesta distinta. Necesito creer que las cosas serán mejores.
¿Qué recuerda de niño?
A los 5 años hacía esfuerzos por pararme y caminar otra vez:
La polio me atacó al año y medio.
¿A qué edad fue el encuentro con la literatura?
Como a los 10. Un profesor tenía un libro sobre la vida de
Juan Sebastián Bach. Me gustó tanto, que me lo robé. Hace poco se lo confesé.
Él se rió y me dijo “¡qué bueno que te sirvió, guardalo!” Tal vez fue este
impedimento el que me hizo leer. Ya entre los 18 y 20 años era un necesidad.
Con esfuerzo ahorraba y compraba libros.
¿Cómo le afectó la guerra?
Se formaron los famosos grupos de Autodefensa Civil. ¡A la perra, vos! Apenas podía caminar y me
obligaron a que pagara a otro para patrullar en mi lugar. El Ejército jodía
mucho. Mataron a varios muchachos, detenían los buses, era un sufrimiento. Me
fui a buscar empleo a la capital, pero me llevó la madre: uno llega de pueblo a
la ciudad, a trabajar ¿en qué?…
En la capital ¿dónde vivió?
En el parque Gómez Carrillo o Concordia, dormí varios días
donde dormían ladrones, bolos, prostitutas. No tenía trabajo, ni dinero para
pagar un cuarto, ¡bien jodido! Con el poco dinero que tenía compré un galón de
miel y eso comía. Bebía agua del chorro atrás del monumento a Gómez Carrillo.
Hasta que entré a trabajar en una fábrica como barrendero.
¿Y seguía leyendo?
En el basurero del parque Concordia hallé libros: de Bécqer,
Darío, Amado Nervo.
¿Dónde más vivió?
Alquilé un pedazo de covacha a una familia, allá por la
Primero de Julio, por el barranco Las Guacamayas.
¿Cómo fue la publicación del primer libro?
Luis Alfredo Arango me orientó, leyó mis textos. Me dijo que
en la editorial Cultura quizá. Llevé mis poemas y pasado un tiempo le hablé al
director. Todo emocionado me presenté: usted tiene mi libro y me contaron que a
lo mejor lo van a incluir, le dije. Me contestó: “Sí, lo vi, pero no me interesa.
Estoy preparando una serie de poesía urbana y lo suyo son cositas rurales. Me
quedé helado. Pero Luis Alfredo me dijo: “¡No se desanime!”.
El poemario “El animalero” finalmente fue presentado en
agosto de 1991, en Alianza Francesa. Editado por Cultura. “Estuvo bonito, y
para mí ahí se había acabado el sueño”.
Y después ¿qué pasó?
A Tono Móbil, de Serviprensa, le gustó. Me dijo: “¿No tiene
alguna otra cosita para editar?”. Y fue el “Guardián de la Caída de Agua”. La
primera edición se acabó en tres meses.
Después, me buscaba una periodista argentina, Fabiana
Fraysinett, de una agencia de noticias. Yo no tengo casa, le dije, no sé dónde
podamos reunirnos. Nos juntamos en el Parque Central y me entrevistó. Como a
los tres meses salió en La Jornada de México y en una revista de Costa Rica. En
octubre de 1993 un periodista austríaco quería entrevistarme.
¿Otra vez al parque?
Fuimos a Kaminal Juyú. Fue una entrevista para radio y
prensa. Interesó a un centro cultural que me invitó a presentar mi poesía en
Viena.
¿Y se fue para allá?
Hasta ahora me da miedo. ¿Cómo me animé a ir, si no sabía ni
hablar bien español? Sin ni un centavo. No tenía trabajo. Conocí al que sería
mi traductor, al alemán, Erick Hackler.
¿Ese fue el primer idioma al que lo tradujeron?
Sí
¿Y no pasó muchas penas?
Allá no. Además, me pagaron por ir. De ahí me mandaron a
París, que era cabal como lo describieron Víctor Hugo, Balzac, Flaubert. Estuve
en la Plaza de la Concordia, la verdadera…
Ahí no había basurero
Ni dormí en las bancas
Le ha ido bien, a pesar de todo…
A mí me parece que esto es como un sueño, de 1991 para acá:
he conocido mucha gente, Europa, parte del Lejano Oriente. Casi parece un sueño
ridículo que la poesía te lleve a viajar por el mundo.
El escritor reconocido mundialmente murió el lunes último, a
las 20 horas, en el hospital general San Juan de Dios. Tenía 67 años. Publicó
su primer libro en 1988 y su poesía ha sido traducida a más de 30 idiomas.
“Abrí los ojos y ahora a Guatemala le falta una voz, un
trino, un poeta. Demasiado pronto agarró camino Humberto Ak’abal. Nos queda su
eco lleno de pájaros”, escribió la poeta Vania Vargas sobre el fallecimiento
del escritor momosteco.