La intimidad de la mujer zapoteca queda al descubierto en 'El dorso del cangrejo', el último poemario de la mexicana Natalia Toledo
Tras el dorso de los cangrejos hay una mujer zapoteca bailando, cuenta una leyenda de este pueblo indígena del sur de México. Una creencia popular que ha tomado Natalia Toledo para darle título a su última obra, un poemario que atraviesa el caparazón de este crustáceo para adentrarse en el mundo femenino de esta comunidad. Amor, sexo, muerte,… la intimidad de estas mujeres del istmo de Tehuantepec toma el protagonismo en la primera parte de este libro en la que la autora muestra orgullosa su propia identidad, al mismo tiempo que denuncia las tradiciones con las que se siente incómoda.
Con un pie dentro de ese mundo indígena en el que nació y otro en ese México más urbano en el que completó sus estudios, Natalia Toledo describe en El dorso del cangrejo (Almadía) a esa mujer zapoteca “abierta, independiente, que no pide permiso para existir y es solidaria con los movimientos sociales que hay en el país”, argumenta. Un libro escrito en zapoteco y español en el que la autora habla, entre otros temas, del pago de la dote, los genitales de hombres y mujeres y lanza una mirada crítica al ritual que rodea la pérdida de la virginidad.
“Se llama el rapto y consiste en que el novio lleva a su casa a la chica y la desvirga con el dedo índice para que tiña un pañuelo blanco. Los poemas nacieron porque tengo una amiga que no sangró y automáticamente la devolvieron a casa. Cómo puede ser más importante teñir un pañuelo que el amor”, se pregunta Toledo.
Plasma el mundo de la mujer de a pie, el de sus paisanas y el suyo propio, aunque ella no haya tenido que protagonizar algunos de estos rituales. Se inmiscuye en la vida de una comunidad donde el papel de ellas “es muy diferente al de otras culturas indígenas”. Independientes económicamente y sin estar sometidas a prohibiciones, las zapotecas adquieren un papel fundamental en la vida de la comunidad y viven la sexualidad de forma abierta. “Somos muy juguetonas con el lenguaje del sexo”, asegura.
A la mujer de su tierra le dedica Natalia Toledo 18 poemas y 51 páginas para después relatar un mundo más íntimo y personal en la segunda parte de esta obra. Escribe sobre la identidad indígena, le dedica algunos versos a la figura materna y se adentra en aquellos años que vivió en un internado de monjas y le empujaron a ser poeta. “Tenía 11 años y me encontraba sola en muchos momentos. Empecé a escribir porque me servía para verme, para escucharme”, relata.
Del mismo modo, pone al descubierto su Juchitán natal, una localidad combativa del sur de Oaxaca cuyo mercado se convierte en un crisol de culturas indígenas. A él acuden los chontales, huaves o muxes a intercambiar sus productos. El lugar, ampliamente dominado por las mujeres, se convierte así en el escenario de un encuentro entre las más diversas culturas. Y es precisamente entre este mar de lenguas, tradiciones y formas de vida diferentes donde reside actualmente Natalia Toledo, al igual que su padre, el pintor Francisco Toledo.
Un municipio de larga tradición artística de donde proceden grandes pintores y trovadores, “que son nuestros poetas, en sus letras hay una búsqueda de la belleza a través de la palabra zapoteca”, cuenta. Aquí nació y vivió hasta los ocho años esta autora que nunca fue a un kínder, sino que su formación escolar comenzó de la mano de la música y los dibujos que le mostraba un anciano del lugar.
“Me enseñó la importancia de la lengua sin decírmelo de forma explícita y me transmitió todo el conocimiento que guardaba en su memoria y que le había llegado de forma oral. Si viviese en esta época, los finlandeses lo hubiesen hecho director de una universidad”, cuenta Toledo entre risas.
Una formación que no hubiese tenido “cabida en la reforma educativa de Peña Nieto”, a la que esta autora se opone frontalmente. “No toma en cuenta las diferencias, ve a todos como un solo ente. Sin embargo, en Juchitán vivimos de otra manera, tenemos un calendario ritual, una forma distinta de concebir la vida. Quienes elaboraron este proyecto no conocen el país que gobiernan. Pasan más tiempo en Miami que en México”, argumenta.
Ilustrado por su hermano, Dr. Lakra, en El dorso del cagrejo se cruzan dos lenguas: el zapoteco y el español y al mismo tiempo esos dos mundos. En él la mujer queda retratada a través de versos que ponen al descubierto el México indígena. Se trata de poemas que traspasan las montañas de Oaxaca y dan a conocer un matriarcado que perdura desde hace siglos en esta región del istmo de Tehuantepec.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/08/23/actualidad/1471985363_569036.html?id_externo_rsco=FB_CC