Video: Salvador Cisneros
Texto: Arturo de Dios Palma
Son indígenas, pobres y
trans. Pero estas ñomndaa han roto todos los esquemas que les fueron asignados.
En lugar de resignarse, esconderse o migrar, encontraron una fórmula para ser
libres y enfrentar el machismo de su propia comunidad
OMETEPEC, GUERRERO.-
Zacualpan es un pueblo ñomndaa (amuzgo) donde la vida se borda todos los días.
Sus habitantes, artesanos en la gran mayoría, heredaron el huipil bordado en
telar de cintura como una tradición y como el elemento que marca la
organización social de sus habitantes.
En este lugar, ubicado en la Costa Chica de Guerrero, entre los
cálidos municipios de Ometepec y Xochistlahuaca, todos participan en el proceso
de confección: los hombres se encargan de ir a los cerros a cosechar el algodón
de color rosa, verde y café que se da en estas tierras. La mayoría de los 5 mil
habitantes de Zacualpan se reparten en el campo y el telar de cintura.
Cuando el algodón está en las casas, la familia entera lo toma
en sus manos y lo va enrollando, enrollando, enrollando hasta convertirlo en
hilos. Los hilos después son montados en los telares y entonces, las mujeres,
pasaran cuatro, cinco hasta siete meses sentadas tejiendo.
Entre esas artesanas de Zacualpan están Flor, Paloma, Mago,
Jovana, Vicky, Fer y Nachita. Las siete conforman un grupo de transexuales que
comenzaron a reunirse para trabajar y también para protegerse. Juntas tejen en
el telar de cintura y bordan a mano cientos de prendas. Utilizan las figuras
que le han dado identidad a su pueblo: flores, animales, triángulos, círculos
multicolores que le van dando forma con la paciencia que sólo tiene un
artesano.
Ellas se apropiaron del huipil para convertirlo en su símbolo de
unión y protección contra la exclusión de su propia comunidad.
El telar que une
No hay un registro preciso del origen del huipil de telar, pero
los habitantes en Zacualpan coinciden que todos han visto —hasta los ancianos—
a sus abuelos y abuelas trabajar en el telar de cintura o bordando. Todas y
todos se toparon con el huipil en un momento de sus vidas, sobre todo cuando
las carencias las alcanzó.
Sin embargo, bordar en telar parece una actividad reservada para
las mujeres. Zacualpan es una comunidad donde la estructura social tradicional
se mantiene casi intacta y el machismo impregna la cotidianidad. El ancestral
rol de la mujer poco ha variado y se observa en todas las actividades: mujeres
condenadas a cocinar, a alimentar al esposo, a mantener la casa limpia, a
cuidar a los hijos.
El papel de las personas homosexuales está acorralado. No son
aceptadas. Incluso dentro de las propias familias son excluidas.
Por eso, el grupo que forman Flor, Paloma, Mago, Jovana, Vicky,
Fer y Nachita resalta entre los pobladores, no solo porque cambiaron de
identidad sexual, sino porque su vestimenta (shorts, blusas ajustadas, aretes
prendados) contrasta con la usanza típica de los hombres de Zacualpan: pantalón
blanco de manta cruzado atado en la cintura, camisa de cotón y sombrero de
palma.
Pero el telar ha sido un factor de unión
y amistad. Pasan mucho tiempo juntas, bordan y, sobre todo, sonríen mucho.
“Tratamos
de mantenernos juntas porque es una forma de protegernos. Nos cuidamos todas,
estamos atentas de lo que le pasa las demás”, cuenta Flor, la anfitriona del
grupo.
Cuando
deciden vestirse con el tradicional huipil y salir a las calles los insultan,
les tiran piedras. Pero lo mismo les puede pasar aunque no lo lleven puesto.
Ellas resisten ante la discriminación y la pobreza tejiendo y bordando
huipiles.
Ser ñomndaa
Los
ñomndaa de Guerrero están distribuidos en los limites de la Montaña y la Costa
Chica, principalmente en los municipios de Xochistlahuaca, Tlacuachistlahuaca y
Ometepec, aunque en esa misma región hay indígenas mixtecos (ñuu savi) y
afrodescendientes, pero los amuzgos predominan.
Entre
datos oficiales e investigaciones, se calcula que en México hay son unos 50 mil
ñomndaa, la mayoría asentados en Guerrero y, otros pocos, en Puebla y Oaxaca.
Es un pueblo que conserva sus dos legados: el huipil de telar y su lengua.
En
Zacualpan hay más de mil 200 artesanas que se dedican a confeccionar huipiles.
El huipil no sólo es su identidad sino una forma de supervivencia. Después de
seis meses de trabajo, las familias esperan venderlos en, al menos, 5 mil
pesos. Pero ninguna de las dos actividades que hay en la comunidad (el campo y
el telar) son suficientes para combatir la exclusión y marginación histórica en
la que viven los ñomndaa.
En el municipio de Ometepec, al que
pertenece el poblado de Zalcualpan, siete de cada 10 habitantes viven en
pobreza o pobreza extrema. Y, según datos oficiales, la mitad de la población
de esta comunidad no sabe leer ni escribir.
El trabajo también escasea. Una de las
alternativas que han encontrado los ñomndaa es la migración. Los hombres salen
a Acapulco o se van a los estados del norte del país como jornaleros. Mientras
que las mujeres buscan empleos en la cabecera municipal de Ometepec, a 40
minutos de camino.
Flor, Paloma, Mago, Jovana, Vicky, Fer y
Nachita se toparon con el huipil en un momento de sus vidas, sobre todo cuando
las carencias las alcanzó.
Tejiendo y bordando huipil unas han
financiado sus estudios; otras han logrado llevar algo de dinero a sus casas y,
a unas más, les ha dado la posibilidad de ayudar a sus padres en las
enfermedades.
Flor reflexiona sobre su situación:
“Nosotras somos discriminadas por ser homosexuales, pero también por ser
indígenas. Pero estamos orgullosas por hablar nuestra lengua, el ñomndaa”
Sólo unos días la comunidad trans o gay
es aceptada en Zacualpan. En el carnaval, justo antes de entrar a la Cuaresma.
Son tres días en los que todo es fiesta, música, baile. Por las pequeñas calles
del poblado corren por chorros la cerveza y la chicha, esa bebida fermentada a
base de maíz, arroz y panela que toman los indígenas ñomndaa. Las bandas de
chile frito o los solitarios violinistas hacen bailar todo el tiempo a los
hombres y los pichiquie.
Son
días “del diablo”, donde los placeres son cumplidos.
Desde
hace 10 años, la comunidad trans y gay comenzó a encabezar la danza de El
Pichiquie, la principal de carnaval. Antes sólo la bailaban los hombres del
pueblo, luego la comunidad trans y gay se abrió espacio para formar parte de la
fiesta del pueblo. Entonces, los hombres, únicos con derecho a bailarla,
decidieron dejar de hacerlo.
Para
ellas el carnaval es un espacio ganado y no están dispuestas a dejarlo. Tampoco
el bordado.
Conoce la investigación completa de El Color de la Pobreza: http://bit.ly/2VEzcXK